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RUTINAS Y SORPRESAS

Cruce de miradas

Cruce de miradas
Ojos Verdes
Última actualización:
La vida apática de Sofía parecía estar abocada al aburrimiento, pero hay veces que los torbellinos llegan cuando menos se esperan.

Suena el despertador, las 11 de la mañana, otro día más en mi vida insulsa. Hace un año que terminé la carrera pero el maldito trabajo aún no me llega por lo que paso los días entre ofertas de trabajos que no me gustan y música, mucha música. Si por lo menos pudiera decir que el amor me sonríe... pero ni por esas. Hace unos años que mi novio me dejó y aquí estoy, esperando que un príncipe azul como el de las películas de Disney venga a por mi y me rescate de esta maldita torre en la que me encuentro encerrada.

Mi día a día se basa en rutinas y más rutinas así que me planto los pantalones vaqueros, las zapatillas, una sudadera y me voy a comprar el pan. El supermercado del barrio no me pilla demasiado lejos por lo que nunca voy cargando ni con bolso ni nada por el estilo; un euro en el bolsillo y listo. Quién me iba a decir a mi que a partir de ese día todo iba a cambiar dando un giro a los acontecimientos de mi vida mucho más interesantes.

Esa mañana había algo distinto en el supermercado

Esa mañana había algo distinto en el supermercado y lo noté enseguida. Al pasar por las cajas estaba él, un joven de lo más sexy que no me quitaba el ojo de encima. No sé lo que miraba, porque mis pintas descuidadas eran de todo menos atractivas. Sin embargo, ahí estaban, sus ojos verdes penetrantes no se apartaban de mi. Le miré fijamente pero rápidamente aparté la mirada porque noté cómo me estaba sonrojando. Entré al supermercado y le dejé de ver. Cogí la barra de pan y no tuve dudas, me fui a su línea de caja.

- Hola - dijo el misterioso joven.

- Hola - respondí tímida yo mientras le daba el euro para el pan.

Él no dudó en recrearse un poco más en mi mano y me acarició con suavidad mientras cogía la moneda sin apartar su mirada de mis ojos. No nos quedaba más tiempo para decirnos nada por lo que nos dedicamos una última mirada y me fui sin más dilación.

Al día siguiente decidí que me arreglaría un poco más para ir al supermercado y allí estaba él que pareció detectar mi entrada como si de un radar se tratase. Seguí con mi rutina de siempre, me puse en su caja y de nuevo un cruce de 'holas' y un adiós que derrochaba pasión con una mirada que por poco me deja extasiada. Mi interés por él fue creciendo y, de nuevo, me puse algo más guapa para verle. Cual fue mi sorpresa que, al entrar al supermercado él no estaba en la caja de siempre y la vida rutinaria se me volvió a caer encima.

Apenas pude articular palabra, pero no hizo falta

Ese día opté por darme una vuelta por el súper y despejarme un poco. Al doblar una esquina me choqué con alguien y ahí estaba él, alto, con los brazos fibrados asomando bajo la manga del uniforme, pelo corto con flequillo despeinado, sonrisa resplandeciente y los ya nombrados preciosos y sexys ojos verdes. Apenas pude articular palabra, pero no hizo falta. El misterioso hombre del que desconocía el nombre me agarró del brazo y tiró de mí hasta lo que parecía un cuarto en el que los trabajadores guardaban sus objetos personales y su ropa de calle.

- Soy Mateo ¿y tu? - dijo a bocajarro.

- Sofía - logré decir como pude y medio tartamudeando.

- Me tienes loco - dijo susurrante mientras me sonreía.

- Creo que tú a mi también - atiné a decir.

Sin mediar más palabras nos lanzamos el uno sobre el otro y comenzamos a devorarnos a besos. Sus labios carnosos me besaban con pasión y convicción, sabiendo perfectamente lo que estaba haciendo, mientras me recorría el cuerpo entero con sus grandes manos. La temperatura iba aumentando a medida que las prendas de ropa iban cayendo al suelo. Él mismo se quitó la camiseta y los pantalones dejando a la vista el gran bulto que marcaban sus slips. Mis pantalones fueron a parar encima de las taquillas del pequeño cuarto y mi camiseta, más de lo mismo.

Sus labios comenzaron a recorrerme el cuello mientras me abrazaba fuerte

Sus labios comenzaron a recorrerme el cuello mientras me abrazaba fuerte contra su cuerpo haciéndome estremecer, hasta que llegó a mis pechos donde se deleitó todo el tiempo que quiso. Cuando lancé mi vergüenza a un cajón y viendo que ya estaba sucediendo lo que tanto había fantaseado días atrás, bajé mi mano hasta su entrepierna haciéndole gemir de placer. De repente, me cogió en brazos a pulso, me sentó sobre la mesa que había al lado y comenzó a darme besos muy húmedos en mi parte más íntima, haciendo que apenas pudiera contener los chillidos. Rápidamente, y ante una posible interrupción de alguien, me tapó la boca para que dejara de gritar de placer, lo que me excitó todavía más.

No pudimos más y nos fundimos el uno en el otro en todas las posturas que se nos ocurrieron en esos escasos metros cuadrados y con una mesa de por medio. Sudorosos y llenos de placer terminamos sobre la mesa tumbados y jadeantes pensando en qué era lo que acabábamos de hacer. Se escucharon ruidos fuera y, tan pronto como pudimos, nos vestimos y adecentamos tras ese rato de pasión desenfrenada en el supermercado.

Nos fundimos el uno en el otro en todas las posturas que se nos ocurrieron

- Me tengo que ir, seguro que ya me están esperando - dijo Mateo.

- Claro, no te preocupes, ve, ve - dije tímida.

- ¿Nos vemos mañana? - me preguntó con una sonrisa burlona y demasiado sexy para mi cuerpo.

- Si, aquí estaré como cada día - apunté con una sonrisa.

Los días fueron pasando y cada mañana la disfrutábamos al máximo en el pequeño cuartito del supermercado que habíamos convertido en nuestra habitación del sexo. Fuimos cogiendo confianza e hicimos cosas inimaginables. Todos los días volvía y allí estaba Mateo, esperándome con ganas de jugar y de pasar un buen rato. Sus dedos entre mis pliegues y sus labios jugosos se habían convertidos en mis sueños nocturnos de cada día, pero no sabía si a él le ocurría lo mismo.

Fueron varios los meses que estuvimos así y en los que la pasión era tan grande y desatada que nos nublaba el pensamiento, por lo que ni siquiera nos dimos los números de teléfono. Una mañana volví al supermercado como ya era habitual y, cual fue mi sorpresa, él no estaba. No me lo podía creer, no podía ni imaginar que eso estuviera sucediendo. Fue tal la agonía que pregunté a un compañero cuál era su turno y la respuesta no pudo ser peor: Le han cambiado de centro. No supo darme más datos, por lo que mi vida volvió a ser igual de insulsa que al principio esperando al príncipe azul (o cajero de supermercado) que venga a recatarme de la torre.

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