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LECCIÓN DEL PLACER

El estudiante

El estudiante
Fernando Cortázar
Última actualización:
Me sonreía de manera tierna y lasciva. Nuestras miradas se cruzaron. No me pude resistir y me dejé llevar.

Dubitativa, Julia daba vueltas a la cuchara del café. Todavía estaba confusa por la decisión que había tomado. Pese a ello, había tenido cierto valor a la hora de quedar justo en el elegante salón de té de ese majestuoso hotel que hay en el centro de Madrid. Miraba la hora, eran las seis y siete de la tarde. Su cita llegaba con retraso. En parte, ella deseaba que no llegase. Se miró en un espejo, a sus 47 años se veía muy bella pese a no sentirse nada querida. Leyendo una novela de Danielle Steel mientras sorbía su taza de café, de repente, la mujer le vio entrar.

Era un joven de 21 años, alto y delgado, moreno y con ondulaciones en su corto cabello. Al verle, el chico sonrío agradablemente. Ella le observaba con una sonrisa nerviosa mientras se acercaba y se sentaba a su lado. Se disculpó por el retraso y pidió una Coca-Cola. Él le seguía sonriendo. Pese a que un silencio les envolvió, no era nada incómodo, sino excitante. El joven decidió romper el hielo.

- No esperaba que fuese aceptar mi invitación.

- ¿Y por qué no habría?

- Profesora Armendáriz, créame que no sabía que fuese usted con la que hablaba hace ya tiempo en el chat.

- Julia, por favor. Yo también me llevé una sorpresa cuando lo descubrí. Pensaba que querías chantajearme o buscar un tipo de aprobado gratis.

- No es así.

- De todas maneras, creo que ha sido un error vernos, Felipe.

- No lo creo, yo lo veo excitante. Además, justo en un hotel.

- No debería hacer esto, soy una mujer casada.

Él cogió su mano, ella no le rechazó. Felipe le retiró su anillo, Julia era lo que inconscientemente buscaba. Se volvieron a mirar, él le miraba con deseos ardientes, algo que ella hacía mucho tiempo que no sentía. Impulsada por esa mirada, pidió la cuenta y subieron a la habitación que ella había reservado. Entraron en la habitación, sus tacones resonaban en el suelo y eso a él le excitaba. Tras cerrar la puerta, Felipe no resistió ni un segundo más y le abrazó. Se miraron, él le buscaba, le había atraído desde que le vio entrar en clase de Economía. No podía resistirlo más, le besó como si fuera lo último que pudiera hacer en la vida. Ella le devolvía el beso. Sus lenguas jugaban apasionadamente.

Felipe fue quien tomó el control desde el principioFelipe fue quien tomó el control desde el principio

Él era el que tomaba la iniciativa; le quitó cuidadosamente la blusa y el sujetador, que dejaron a la vista unos generosos pechos que Felipe no dudó en empezar a lamer. Julia estaba en éxtasis, redescubriendo sensaciones que no sentía desde hacía casi ocho años. El joven volvió a mirarla, seguía sonriendo, aunque de manera tiernamente lasciva. Ella le quitó la camiseta, que dejaban ver un cuerpo bastante cuidado por el deporte. Su torso desnudo empezó a acariciar los pechos de Julia mientras se besaban apasionadamente.

Poco a poco, Felipe le iba quitando la falda, las medias, dejando a Julia prácticamente desnuda. Impaciente, él se desnudó completamente para que su profesora viese su circuncidado y generoso atributo. Erecto, joven y vigoroso, el chico sabía que en ese momento, ella era la que más debía disfrutar. Sin pensarlo dos veces, le retiró la única prenda que le quedaba y vio su vulva húmeda y con deseo de placer. Como si acabase de descubrir una piedra preciosa en una mina, Felipe le empezó a acariciar el clítoris a esa mujer madura. Julia empezaba a gemir, a sentir de nuevo ese placer que su marido le negó darle y que ella sabía que se lo daba a otra.

El joven quiso más y su lengua empezó a recorrer cada parte de esa vagina que no dejaba de lubricar. Ese penetrante aroma y ese intenso sabor excitaba más a Felipe, que empezó a lamerlo y a saborearlo como un manjar que no tenía fin. Sus dedos empezaron a acariciarle, a introducirse en ella, que gemía entregada a ese placer. Él cambió de postura y puso su pene erecto delante de ella. Julia no se acordaba cuando había tocado un pene, y más otro que no fuera el de su marido. Ella le rozó con sus dedos, y el falo reaccionó endureciéndose más... empezó a acariciarle los testículos cuando se introdujo ese sabroso trozo de carne en su boca. Entregada, succionaba y succionaba llena de placer. Felipe estaba fuera de sí y siguió lamiendo esa vagina mientras ella chupaba su pene.

Ese 69 se hacía eterno, ella tuvo su primer orgasmo, pero él quiso más. Tras ponerse rápidamente un preservativo, volvió a lamer esa rica vagina y después posó su lengua en el ombligo de su profesora y recorrió cada parte de su cuerpo hasta llegar a su rostro. Sus miradas lo decían todo, quería eso, deseaban fusionarse en uno, la diferencia de edad ya no importaba, eran dos personas entregadas a la lujuria y el placer.

Al fin sentía lo que mi marido nunca me había hecho sentirAl fin sentía lo que mi marido nunca me había hecho sentir

Él la penetró, lo hizo con delicadeza pero sin vacilar, necesitaba sentirla. Ella también sentía cómo los movimientos lentos empezaban a ir cada vez más rápido, el éxtasis, el fuerte olor a sexo, las caricias que le daba Felipe mientras le hacía el amor. Ambos se miraron, sonrieron y se besaban mientras él la penetraba con cariño y fiereza. El éxtasis iba a más, ella veía que Felipe ponía los ojos en órbita, Julia también llegaba. Los gemidos iban a más hasta que el placer explotó y los dos llegaron a un sonoro orgasmo, a la vez, algo que ninguno había hecho en su vida. Sudados y llenos de placer, se volvieron a mirar, Julia temía que el chico le echara una mirada incómoda, pero él le sonrió, le besó con ternura y le abrazó con fuerza.

Y en ese momento, ambos empezaron a contarse confidencias. Él le habló de sus indecisiones sobre su futuro, no tenía vocación de economista, entró en Administración y Dirección de Empresa porque le parecía una buena alternativa para encontrar trabajo, pero no le gustaba. Ella le habló de su matrimonio, su hija Diana, de lo infeliz que era desde hacía tiempo. Tras una sesión de caricias y miradas, ambos decidieron ducharse, vestirse y abandonar esa habitación que fue la única testigo de sus actos.

Pasó una semana, Julia Armendáriz estaba corrigiendo unos trabajos de una clase de tercero en su casa, Diana se quedaría a dormir en casa de su amiga Ángela y su marido estaba de viaje por trabajo. De repente, a su email le llega un correo. Ve que es de Felipe. Tras dudar un poco, la curiosidad le puede y lo lee. Tras un momento de reflexión, Julia se levanta y mira al espejo, lo mira durante mucho tiempo y, después, se gira.

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