Sonó el timbre. Alto, fuerte, grave, un sonido que a él siempre le irritaba. Pero notaba que esta llamada a la puerta no era la de cualquier desconocido, ni de un amigo, ni nada; era alegre, continua e impaciente. Claramente era ella, asà que se soltó el estropajo y el vaso que tenÃa en la mano, se secó con su camiseta, y se apresuró a abrir. Aunque, por qué no, iba a esperar unos segundos, querÃa llevar su inquietud al lÃmite. Ella seguÃa llamando una y otra vez, de la misma manera. Con cada timbrazo, una descarga le atravesaba el cuerpo, desde la cadera hasta su cabeza, no podÃa evitar sentir ese placer cada vez que la sentÃa cerca.
Trece, catorce y quince? ¡Abrió la puerta! Ella se abalanzó sobre su boca, le rodeó el cuello con los brazos y le besó con furia. ?¡Estaba muerta de frÃo, vengo en pijama, idiota!?, le espetó en los pocos segundos que separó sus labios de los de él a la vez que ambos reÃan. Su pijama era muy sexy, o era sexy ella, no estaba seguro. Un pantalón fino con el que le resultaba bien fácil sentir su carne, y una camiseta de tirantes ajustada, a través de la cual podÃa adivinar la forma de sus pechos. Su vecina era tremendamente irresistible para él.
Ella pronto dejó de sentir el frÃo. Los brazos de él eran grandes y la tapaban como una manta. Cada roce que sentÃa contra su cuerpo le hacÃa encenderse más y más. Le gustaba sentir su barba, no dejaba de besarle. Poco a poco, le fue empujando hacia la habitación, que ya sabÃa dónde estaba, y no se despegaron el uno del otro hasta que las piernas de él chocaron con la cama y le hicieron caerse.
Ãl la cogió por la cintura y la sentó encima de él. Sus manos recorrieron desde sus muslos y su la cintura hasta sus pechos, su cuello, su cara, su pelo? Volvieron a descender, esta vez, para bajarle los tirantes y dejarle el torso desnudo, y asà acariciar y recorrer con los labios la suave piel que lo envolvÃa. La más suave de todo su cuerpo.
Ella se estremecÃa al sentir sus labios y su lengua recorriendo su cuerpo. Le quitó la camiseta, cuya humedad llevaba un rato molestándole, y se abrazó a él para sentir de nuevo el contacto de la piel. Le siguió besando mientras se apresuraba a hacer lo mismo con los pantalones. Cuando ya no podÃa bajárselos más desde esa posición se sentó en la cama y continuó la labor mientras, decidida, comenzó a darle placer son su mano. Le encantaba oÃrle respirar, cada vez más fuerte. Los encuentros fortuitos que desde hace semanas se repetÃan (cada vez con mayor frecuencia), la hacÃan sentirse más excitada y desinhibida que nunca. ¿Era él o era la situación? ¿O ambas cosas? De lo que estaba segura era de que no necesitaba más tiempo ni más preliminares: paró, se bajó de la cama y se dio la vuelta. Se quitó lentamente el pantalón y la ropa interior para que él se deleitara y, de paso, le acariciara. Dentro de sus braguitas color crema habÃa escondido un preservativo, porque le gustaba jugar a las sorpresas (otras veces lo escondÃa en la boca, en el escote, ¡hasta en el calcetÃn!). Sintió que él se reÃa nervioso, asà que volvió a la cama, le colocó el preservativo y rápidamente se subió encima de él.
A él le gustaba que ella estuviera encima. Asà podÃa verla entera, como era ella, tocarla, mirarla, moverse y sentir cómo se movÃa ella. Ambos eran actores en este momento, sólo tenÃan que dejarse llevar, no habÃa ni reglas, ni prisa, ni prejuicios. Tras sentir cómo ella cerraba los ojos y respiraba entrecortadamente, supo que podÃa llegar al esperado punto sin retorno. Lo hicieron con pocos segundos de diferencia, y después ella se echo lentamente sobre él, cansada, relajada, sonriendo, feliz.
Ãl la abrazó de nuevo, pues seguÃa haciendo frÃo. Le encantaba ese momento, casi más que todo el ritual anterior. No se lo querÃa decir con palabras, no querÃa forzar las cosas, pero sà le mostraba con gestos un cariño que daba a entender que le agradaba su presencia, más allá del sexo. ¿Y si la invitaba a quedarse a comer con él? Quizá se quedara también por la tarde. Ojalá no se fuera?
Ella sintió sus brazos arropándola y quiso arroparle con los suyos a él también. Le gustaba olerle el cuello, cada vez que lo hacÃa su corazón, aún recuperándose, parecÃa querer volver a dispararse. ?Ojalá nos quedáramos asà todo el dÃa?, pensaba ella. No sabÃa cuánto tiempo podrÃa permanecer en su cuarto antes de que empezara esa incomodidad. Se suponÃa que este tipo de relaciones eran más fáciles de llevar, pero él era un chico muy interesante, y serÃa un desperdicio no conocer más allá de su cuerpo. ¿Cómo podrÃa acercarse más a él?