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RECORDÁNDOLA

El fantasma

El fantasma
Fernando Cortázar
Última actualización:
Vio a esa belleza morena acercarse a él. Se sentó delante suyo y le miró.

Esperaba en la recepción, no tenía prisa y miraba pausadamente el elegante hall que daba la daba la bienvenida a los huéspedes el majestuoso hotel Sheraton de Montevideo. El recepcionista le saludó al apuesto caballero que esperaba. Estaba todo ya arreglado, la suite en la que siempre se había hospedado estaba lista y su nombre estaba registrado. El hombre subió a su planta y entró en su suite.

No había cambiado nada en la habitación, estaba tal y como la había dejado hace ahora un año. Un sofá de estilo clásico de color gris con estampados florales con tonalidades pastel estaba situado en el lado extremo de una de los dos ambientes que tenía la suite, delante un mesilla de madera en la que unos libros de poemas de Benedetti yacían tumbados a la espera de ser leídos. Unos ventanales daban unas vistas al cerúleo Océano Atlántico. Al otro extremo estaba una cama matrimonial de dos metros de ancho y unas cortinas de color beige ocultaban al océano en la habitación.

El caballero dejó el equipaje junto a una mesa que estaba frente al sofá y se sentó en el sillón que estaba junto a los ventanales, exhaló un largo suspiro y pensó que esa noche sería distinta. Había pasado un año desde su última visita a Montevideo, un año difícil en el que el hombre no había cerrado aún heridas del pasado. Quizás no debía volver a Montevideo, pero justo este día lo era cuando algo dentro de él le provocaba venir.

Volvía a Montevideo tras un año

El distinguido varón se desvistió y se dio una ducha. La noche era especial en aquella antigua ciudad. Tras ataviarse con una camisa blanca de lino, unos pantalones chinos de color hueso y un fular del mismo tono, el caballero salió de su habitación y se dirigió hacia la Ciudad Vieja, corazón y alma de Montevideo. El tiempo era especialmente agradable en esa velada de noviembre primaveral, que parecía más verano que primavera, la gente salía a disfrutar de la noche.

Tras disfrutar de un paseo, al caballero le llamó la atención un pub situado cerca de la Puerta de la Ciudadela, en el que se escuchaba a un grupo de rhythm and blues tocar. Después de sentarse en una de las mesas que estaba situada en uno de los extremos del local, el hombre pidió una copa y a escuchar el sonido de la música. Al estar solo, una joven que tomaba un cóctel en la barra empezó a fijarse en él.

El hombre se sentía a gusto, pese a la soledad, disfrutaba observando a la gente conversar, bailar y divirtiéndose en esa velada. Fue viendo a la gente cuando se cruzó con la mirada de la joven de la barra, que ya llevaba bastante tiempo mirándole. Ambos movieron sus labios de manera sensual y sugerente para sonreír mientras se seguían mirando, al caballero le halagaba sentirse deseado por esa belleza con una melena castaña y sugerente silueta. La joven iba vestida con un vestido de color celeste, muy elegante y con unos labios carnosos que provocaban el deseo de que sean besados.

La mujer se acercó a la mesa en la que estaba el hombre, tras preguntarle si podía sentarse, la joven miró con decisión al caballero, a la espera de que empezase a hablar.

- Está siendo una noche fantástica, hacía tiempo que no había tan buen clima en Montevideo. -Comentó el hombre.

La bella dama sonrió de nuevo:

- Vaya, qué curiosa manera de empezar una conversación.

- Sí, bueno, nunca se me ha dado bien romper el hielo.

- No parecés de acá, tenés acento de fuera.

- Es verdad, soy de Salamanca.

- ¡Ah, ya sabía yo que eras español! Linda ciudad, tiene un aire clásico.

- Sí, pero vivo en Madrid.

- Ah, qué bien. Yo soy de acá mismo, de la capital. Me llamo Paulina.

- Yo soy Vicente.

- ¿Y qué hacés en Montevideo?

- Vengo a un congreso, soy odontólogo.

Paulina tenía un aura magnética

La conversación fluía, a Paulina le gustaba el tono de voz de Vicente, grave y masculino, mientras que a él le atraía esa atención que ella ponía en cada detalle que él contaba, como si de una fábula fantástica se tratase. Ambos estuvieron largo rato hablando, conociéndose y deseándose. Hacía ya tiempo que no le llamaba la atención una mujer como en ese momento, Paulina tenía un aura magnética, le atraía mucho esa belleza morena.

Cuando el lugar empezó a llenarse de gente, Vicente y Paulina decidieron salir del lugar. El deseo era intenso pero antes decidieron pasear por la rambla, era una noche mágica y había que disfrutarla sin prisas. Las olas del mar llegaban con furia a la orilla, que la recibía de manera calmada, esperando apaciguar las aguas. El aroma del mar envolvía a la pareja, que siguió charlando. Vicente descubrió que Paulina era secretaria en un bufete de abogados, que tenía una jefa amable y que se sentía a gusto con su trabajo, en el que llevaba casi un año. El caballero también supo que no tenía hermanos y que sus padres se habían divorciado hace ya diez años.

La pareja se tomó un descanso del paseo sentándose sobre la arena de la playa. Él la abrazó y ella, tras poner la cabeza en su pecho, buscó su mirada y fue cuando se besaron. Fue un beso prolongado, que sabía a miel. Vicente saboreaba los carnosos labios de Paulina y ella disfrutaba del sabor amargo del hombre, que sabía a ginebra con tónica. El beso empezó a ser más apasionado, ambos deseaban conocerse de manera más profunda, fue así como el paseo terminó en el Sheraton, en esa elegante suite que esperaba a los dos amantes.

Al entrar se siguieron besando con pasión, cayendo en la alfombra que presidía el primer ambiente de la habitación. Se miraron, se sonrieron y se volvieron a besar para acabar rodando por el suelo. Ella empezó a desabotonarle la camisa, dejando a la vista un pecho trabajado con vello que le daba un aspecto más masculino, Paulina empezó acariciarle suavemente los pectorales para después bajar las yemas de sus dedos hasta la zona abdominal, en la que los dedos de la mujer empezaron a danzar. Los amantes se besaban mientras Vicente le empezaba quitar el vestido celeste a Paulina, para poder ver mejor esa curvas tan maravillosas que tenía la joven, que dejó a la vista unos senos que no tardó el hombre en acariciar. Lo hizo con delicadeza, disfrutando del suave tacto de su piel, sentía como el extremo de uno de sus pechos se endurecía de placer cuando sus labios empezaron a lamerlo, provocando que Paulina empezase a gemir de placer. Con otra mano, el hombre avanzó hasta el vientre de la mujer, que empezó a acariciar antes de acercarse a esa fuente de placer que deseaba empezar a sentir.

Decidieron empezar con un paseo

Tras quedarse completamente desnudos, los amantes se pusieron de pie mientras se miraban a los ojos. La sensación era de completa armonía, como si ya conociesen desde hace mucho tiempo, Vicente acarició la mejilla de Paulina y ella puso su mano en el cabello moreno de su amante. Se besaron con pasión, sintiendo el calor del cuerpo del otro. El caballero guió a la mujer hasta la cama, en la que se tumbaron acariciándose mientras se seguían besando con pasión y deseo.

Tras dar unas cuantas vueltas en la cama, Vicente fue hasta la fuente de placer de Paulina, esa fruta que desprendía un aroma que embriagaba de placer al caballero. Empezó dando una caricia al monte de Venus para después bajar con sus labios a esa delicia que la mujer tenía. Su sabor era un auténtico deleite para el paladar del caballero. Esto hacía sentir a la joven un placer que le hacía gemir de satisfacción, Vicente la saborea con esmero, dedicándose a complacerla de gozo. Ella se sentía en pleno éxtasis, dándole al hombre un intenso festín de placer.

Paulina sentía las mismas ganas de saborear a Vicente y fue directa a paladear su endurecido miembro. Fue degustando ese placer en su boca poco a poco, deleitándose con el sabor del caballero, probándolo de manera más profunda. Paulina no podía dejar de saborear ese apreciado manjar, recorría cada parte de ese generoso atributo con un deseo incontrolable, como si no hubiese mañana. Cuando sentía que Vicente empezaba a gemir cada vez más fuerte, la mujer decidió recorrer con sus labios los alrededores de esa deliciosa exquisitez, sin prisas y paladeando cada parte. El caballero miraba cómo la joven se entregaba a darle placer, disfrutaba de esa hermosa vista.

Los amantes volvieron a besarse para dar unas vueltas por la cama, tras acariciarse cada parte de su cuerpo, ambos empezaron a tocarse mutuamente abajo. Fue entonces cuando Paulina decidió ponerse encima de Vicente y acomodarse para sentir cómo el duro miembro del caballero empezaba a introducirse dentro de ella. Poco a poco, Vicente sentía cómo iba invadiendo el cuerpo de esa bella señorita, que estaba entregada completamente al placer. Tras llegar a las partes más profundas de su ser, el hombre empezó a penetrar a la mujer más rápidamente, salía y entraba para ver cómo Paulina se movía para sentir cada vez más dentro de sí el manjar que él le estaba ofreciendo.

En la misma postura, Vicente levantó su torso para unirse en un lujurioso abrazo con Paulina, mientras seguía haciéndole el amor. Se besaban apasionadamente mientras la mujer entrelazaba sus piernas tras la ancha espalda del caballero. Él empezó a acariciar la suave piel de su espalda, ella tocaba el torso desnudo y velludo de su amante. Los movimientos de los dos empezaban a ir más rápido, parecía como si sus cuerpos tuviesen algún tipo de conexión al compenetrarse perfectamente en el placer. Cada vez iban más rápidos, ambos casi gritaban de placer hasta que una ola de placer y sensaciones estalló, inundando de gozo a los dos amantes.

Se tocaron, besaron y gimieron hasta el orgasmo

Tras llegar al orgasmo, Vicente acarició el rostro de Paulina, se miraron a los ojos, sentían como si se estuviesen viendo delante de un espejo, sonreían, se habían entregado a una pasión desbordada, se besaron de nuevo, esta vez cariñosa y tiernamente. Después se echaron en la cama, abrazándose, se siguieron besando mientras sus miradas transmitían felicidad, ella se posó en el pecho de él, Vicente quiso abrazarla como si la protegiese del frío. Se volvieron a mirar y se dieron un beso. Vicente sentía el calor de Paulina, un calor que hacía tiempo que no sentía. Los amantes se quedaron dormidos.

Llegó la mañana y Vicente se despertó, estaba boca abajo, desnudo y envuelto en las blancas sábanas de la cama. El calor de Paulina había desaparecido, el hombre recordaba todo lo que había sentido, ese intenso placer que había vivido. Una nube de melancolía invadió el corazón, el alma y la mente del caballero. El hombre empezó a llorar, sabía que no debía haber vuelto a Montevideo. Todo le recordaba a ella, los paseos por la orilla, el casco antiguo de la ciudad, la brisa marina, absolutamente todo. Pero tenía que volver, por Paulina, por el amor que le había dedicado durante tantos años y que el trágico destino se llevó. Pero esa noche, era imposible olvidar esa primera noche, esa velada que durante sus sueños le había irrumpido como si de un fantasma se tratase, ese primer encuentro jamás lo olvidaría, el momento en que conoció a Paulina, el primer instante que compartieron la pasión.

Las lágrimas terminaron de brotar de los ojos de Vicente, el hombre se aseó y se vistió y se volvió a mirar al espejo, en su mirada no había felicidad, sino resignada aflicción. Tras terminar de arreglarse, contempló esa suite, que fue la misma en la que deseó a Paulina hace ya varios años, el caballero dio un suspiro y salió de la habitación.

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